Ella
tenía unos 29 años, yo 2. Ese verano iban a buscarme un hermanito, pero un mes
antes se notó un bulto en el pecho. Primero le dijeron que no era nada, solo
unos días después el bulto había crecido hasta ocupar su pecho casi por
completo. Le dijeron que era un cáncer muy grave, los médicos firmaron su
sentencia de muerte, 6 meses como mucho. Pero ella no era así, no era de las
que se rendía, su forma de ver la vida no le permitía dejarse morir. Lo primero
fue extirparle el tumor, su pecho quedó reducido a una fina piel sobre el
esternón, lo segundo fue tatuarle unos puntitos azules, los objetivos de la
radioterapia. El primer día, en la sala de sueros le ofrecieron una coca cola,
ella dijo que prefería una fanta de limón, así de inocente llegó a aquel lugar.
Más tarde sabría que era para intentar contrarrestar las náuseas de la quimio.
De aquella época recuerdo poco, la única imagen que tengo es la de estar ante
la fachada del hospital con mi abuela, con un frigopie en una mano, y con la
otra saludando a mi madre que me miraba desde la ventana. El cáncer era duro
pero ella lo fue más, y un tiempo más tarde, los médicos calificaron
literalmente de milagro la desaparición total del cáncer y la metástasis. Por
supuesto que en un primer momento sobrevivir era su prioridad, siempre me ha
dicho que lo hizo por mí, que hizo lo imposible y lo increíble por no dejar a
su hija de dos años sola, que rogó al universo para que la dejara vivir por lo
menos hasta que yo cumpliera los 18. Pero y qué pasa cuando ya lo superas,
cuando te miras al espejo y ves como ha quedado tu cuerpo, cuando sabes que no
podrás tener ese hijo que ibas a buscar, cuando sabes que tendrás que hacer el
amor con tu marido, desnudarte y aceptar que una parte de ti no está. Desde
fuera es fácil decir que no pasa nada, que con lo que has superado tienes que
estar orgullosa, tienes que estar satisfecha, con el autoestima alta. Yo ahora
ya soy una mujer, estoy casada, y sé lo que supondría que arrancaran una parte
de ti. Ellos no se tenían que mirar al espejo cada día, enjabonarse el cuerpo
palpando sus diferencias, ellos no tendrían que comprarse bañadores y bikinis
especiales, y aún así no estar tranquila en la playa, y si se nota, me miran,
será que se me nota algo... por suerte yo no tengo ese problema, pero
yo he sido la que entraba al probador con ella, la que jugaba con su prótesis
de silicona, yo he visto y notado su lucha por no sentir que le habían quitado
su feminidad.
Yo tenía doce años, mis padres se
acababan de separar, y mi madre habló conmigo, me dijo que necesitaba operarse,
quería reconstruirse, lo necesitaba, ahora que estaba sola, tenía que hacerlo
por ella misma, necesitaba recuperar cosas que había perdido por el camino. Me
advirtió de que iba a ser duro, y se quedó corta, fueron viajes y vacaciones
aplazados por las operaciones, noches en el hospital, era una niña poniendo
cuñas y duchando a su madre dolorida que no podía moverse, largas horas en la
sala de espera mientras la operaban con anestesia general, con miles de
angustias y miedos en la cabeza, qué pasaría si me quedaba sola, mis padres
estaban separados, mi padre vivía con una nueva mujer, y mi relación con él en
aquel momento no era muy buena. Fue duro sí, pero ella supo hacer que me
quedara una gran sensación, vivimos grandes momentos juntas, la final de Gran
Hermano 1 en la habitación del hospital, un atardecer de Domingo relajadas,
comiendo bombones... Quizá me perdí cosas, quizás no tuve tiempo para ser una
adolescente normal, quizás viví cosas que no me tocaban, pero es que ella se lo
merecía, sé que a una madre se la quiere, pero yo siempre la he querido el
doble, la unión que teníamos no era normal, cómo no iba a apoyarla, si había
luchado contra la naturaleza, contra una enfermedad mortal por mí, cómo no iba
a concederle su pedacito de mujer que le faltaba, eran unos años duros a cambio
de la visión que tenía del mundo, de vivir cada momento con felicidad, de todos
los momentos especiales que tenía gracias a ella.
Hace dos meses fue a su
revisión anual, el médico la miró serio, ojeó los resultados y al fin sonrió,
le han dado el alta oficial, después de 25 años sin rastro de cáncer. Cuando me
lo dijo no pude evitar llorar, sé que el merito es completamente suyo, pero un
sentimiento de alivio y superación me invadió, la imagen de mi madre a los pies
de mi cama sin poder acercarse a mí por el tratamiento, y el nudo en la
garganta por no poder abrazarla vino a mi mente, creo que la niña de dos años
que era entonces supo estar a la altura, que la adolescente que la apoyó en la
reconstrucción también lo estuvo... me alegro de haber sabido hacerle más fácil
los duros momentos que le tocó vivir.
En definitiva, mi madre es un
ejemplo de lucha y fuerza de voluntad, es la persona que me ha enseñado a hacer
fácil lo difícil, a hacer fácil lo que otros tachan de imposible.
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